lunes, 22 de julio de 2013

Tuya

Hacía calor pero no me importaba. Recuerdo que me protegía del sol con un sombrero de paja y me desabrochaba la camisa para recoger la brisa. No te quería. Pero era demasiado joven para sentirme mal por apartar la mirada cuando tus ojos me pedían un te quiero. Mientras liabas un porro porque yo era demasiado torpe para hacerlo observaba tus manos, inexpertas, pero firmes. Conducía hasta el lugar más alejado de casa y allí nos tumbábamos. Nada de que huir, nada que buscar. Tú decías que lo más parecido a estar enamorada era estar en la sala de espera de un aeropuerto antes de emprender el viaje. Por eso el amor es ciego, te decía, te enamoras sin saber lo que te espera, luego llegas a París y te das cuenta de que odias a los franceses. Suele ser mejor desde la sala de espera. Pero tú no opinabas así. Cada anochecer era para mi el final borroso de una experiencia,y el día siguiente el principio perezoso de otra. Quizás te hice cargar con una carga que yo ni sabía que existía. Tú parecías tan niña como yo, pero ahora sé que no lo eras, no sé si era un juego al que jugabas o una máscara con la que te protegías. Tampoco importa mucho. Sólo me gustaría saber si crees que hay una decisión buena, un camino que te llevará a un lugar mejor que los demás, o por el contrario, todos los caminos te van a proporcionar las mismas sensaciones.

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