martes, 9 de abril de 2013

Superman Gordo.

Es un domingo cualquiera en el Mcdonalds. Las familias felices, y las no tan felices, comen sin hablar demasiado. Todo parece normal hasta que entra Superman por la puerta. Está muy gordo, de un tiempo a esta parte se ha descuidado, nadie sabe muy bien por qué, es un tío muy solitario (lo de Lois fue una invención para el cine). Está muy, muy gordo, roza la obesidad mórbida, y él lo sabe. Lo sabe, y por eso ha abandonado la licra. Ha sustituido su apretado atuendo por un chándal de algodón. Lo ha cuidado todo, el mismo color azul, el mismo símbolo de Superman en el pecho, y se ha hecho una capa más grande, ya que la otra le quedaba como un babero al revés. Lo ha cuidado todo, sí, cada detalle, pero no es lo mismo. Las antiguas muestras de admiración y gratitud han ido desapareciendo y en sustitución han irrumpido miradas  de pena y  murmullos.
Superman pide tres McMenús y se sienta en el rincón más apartado del "restaurante". Se odia, se odia a él y a Clark, sobretodo a Clark. Clark siempre estuvo enemistado con el ejercicio, si podía andar en lugar de correr, andaba. Si podía sentarse en lugar de andar, se sentaba, y si podía tumbarse, no lo dudaba un segundo. Mientras fue joven le funcionó, pero ahora se había convertido en un gran trozo de grasa con gafas, y ya ni su segunda identidad como Superman le conseguía alejar de su insatisfacción consigo mismo.

Mientras devora a bocados agigantados las hamburguesas oye un crujido, es su silla. De repente está en el suelo, todo el restaurante le mira, lo trágico y lo cómico se unen por un instante. Superman intenta ponerse en pie rápidamente, pero sus movimientos son lentos y torpes y cuando parece que lo va a conseguir resbala con manchas de cocacola que hay en el suelo. La gente no sabe si reír o llorar, la mezcla de emociones se palpa en el ambiente mientras un joven bien intencionado intenta ayudar al súper-héroe a recobrar la verticalidad. Este le dice que no hace falta de manera poco educada, y en una muestra de orgullo usa toda su súper fuerza para levantarse y huir volando del restaurante.
Verle despegar es todo un espectáculo. Más como un jumbo que como una avioneta, Superman coge el vuelo lentamente, tarda casi un segundo por cada metro que avanza, es muy lento, roza lo patético, y uno se pregunta cuánto tiempo durará en el aire. Más de un minuto tarda en desaparecer de las miradas de los ciudadanos, un eterno minuto mirando al frente, haciendo como si nada, sudando sin parar.

Superman llega a casa fatigado, se quita la capa y se sienta en el sofá, no puede seguir así. Hace ya más de un año que usa todas sus fuerzas para desplazarse. Está tan ancho que no cabe en los medios de transporte, ni públicos ni privados, así que el único modo de ir al trabajo, o a dónde quiera que quepa, para Clark es convertirse en Superman y volar. Eso hace que no le queden energías para combatir el mal y Estados Unidos es ahora un campo de delincuencia gigante.

Superman emplea las próximas dos horas para reflexionar sobre su futuro, y una vez toma una decisión invierte una más en levantarse del sofá. Superman está decidido, lo tiene muy claro y emprende rumbo al hospital para someterse a una liposucción.