jueves, 11 de agosto de 2011

Un día en Annecy


“¿Recuerdas cuando estuvimos allí?” Siempre me ha gustado hablar del pasado, recordar, rememorar, y si es acompañado, mejor. Cuando ella me hizo esa pregunta pensé que sería otra dolorosa charla más. Pude ver que mientras la formulaba (la pregunta) miraba a una pareja de nuestra edad, que bailaba al son de una canción que tocaba un acordeonista (seguramente no exista este término) callejero. “¿Allí dónde?“ pregunté. Normalmente, aunque crea que se por dónde va la gente, prefiero preguntar, para aclarar las cosas y no meter la pata. “Allí arriba” dijo ella, aún mirando el baile de esos dos jóvenes. “¿Te refieres a cuando estábamos enamorados?” Era arriesgado decir eso, no sabía si ella ya no estaba enamorada, a veces es difícil saber lo que es estar enamorado. “Me refiero a cuando éramos felices”. Estuve unos segundos sin decir nada, me gustan los diálogos y estaba disfrutando de la respuesta que me acababa de dar. “Felices juntos, quiero decir” añadió tras ese silencio. “Sí, claro, claro que lo recuerdo”. Y lo hacía, aún lo hago, porque me encanta recordar, y porque todo el mundo piensa en las cosas importantes de la vida, y estar enamorado, o haberlo estado, es importante. “Es raro” dijo ella, pero siempre había sido raro, y se lo dije. “Siempre ha sido raro, pero si te refieres a estar aquí hablando de ello, sí, supongo que lo es”. Ella no lo veía tan así “No era tan raro, quiero decir, sí, no eramos la pareja más formal del mundo, pero todo el mundo se cree especial en estas situaciones, simplemente coincidimos en un mismo momento y sentimiento, y bueno, somos dos personas bastante...” La palabra adecuada no le iba a salir en la vida, quizás porque no existe, así que intenté ayudarla “¿Compatibles?” “No, no exactamente, pero algo así, tú me entiendes” Por supuesto que la entendía “Sí, te entiendo” confesé “Pues a eso me refiero”, era lista, aún lo es. Estuvimos hablando bastante sobre nosotros, los nosotros del pasado, hasta que decidió dar un golpe de efecto a la conversación con nada menos que un “¿Nunca te arrepientes?”, esta pregunta es delicada, debería poneros en situación.

Conocí a Julia en el instituto, pero hasta la universidad no me fijé realmente en ella, empezamos a tener relaciones sexuales esporádicas, no hablábamos mucho, en realidad quizás también hablábamos, pero íbamos bastante colocados y no lo recuerdo muy bien, eso duró unos meses, lo de beber, fumar, bailar y follar, pero como de costumbre, decidí romper eso con las palabras mágicas, y todo fue cambiando, a mejor en cierta manera. No es que dejáramos de hacer lo que hacíamos antes, pero empezamos a hacer otras cosas también, no es que nos comprometiésemos, al menos no al modo usual, quizás estuvo tirándose a otros hombres, seguramente más atractivos que yo, no me hubiese muerto por eso, pero en un ámbito extraoficial, sí, se podía decir que éramos pareja. Estuvimos así bastantes meses, quizás 9, quizás 18, la percepción del tiempo es muy relativa. ¿Por qué me preguntaba si nunca me arrepentía? Supongo que porque decidimos no forzar las cosas, cuando empezó a cambiar hacia algo no tan bueno como lo anterior, no estábamos preparados para “luchar” por volver a encontrar la chispa, o lo que sea, era mejor haber vivido en lo más alto y ahora buscar esa altura en otros lugares.

“No mucho, quizás alguna vez, pero sabes que hicimos lo que nos parecía correcto, ya sabes que suelo no arrepentirme, incluso de los errores, o de las cosas que he hecho mal, porque me hacen ser quién soy ahora, a veces me arrepiento si he hecho daño, pero mirando sólo por mí, no” Me sonó de lujo, de hecho pensé que si fuese Julia me volvería a enamorar de mí inmediatamente, por suerte no soy tan bueno como me creo y ella ya no se sorprende conmigo, así que solo dijo “ya”. Sinceramente en ese momento la odié un poco, aunque había jugado muchas veces a decirle que la odiaba, en muy pocas ocasiones lo había hecho, normalmente lo hacía cuando me ganaba, o en una pelea, o en una conversación...por un lado me gustaba que fuese genial, pero a veces me irritaba si lo era más que yo. El caso es que le pregunté si ella se arrepentía, porque no iba a dejar la conversación en ese seco y rancio “ya”. Si decía que sí, que aún me amaba, me podía hundir, porque seguramente caería en el hechizo unas semanas, ¿y luego qué?, pero por suerte dijo “A veces me gustaría ser como otra gente, que tiene muy claro lo que quiere, y que cree que nunca encontrará algo mejor de lo que tiene, y se aferra a ello con todas sus fuerzas, pero no soy así, y tú menos, así que supongo que hubiese sido una pérdida de tiempo” me limité a asentir con la cabeza.

Llegados a este punto, esa conversación solo podía ser buena, recordar buenos tiempos, con alguien a quien aprecias mucho y sin rencores ni deseos del pasado insatisfechos.

Tengo que decir, que la conversación tuvo lugar en Annecy, empezó viendo a esos dos jóvenes bailando al lado del canal, y acabó a orillas del lago, sentados, mirando el mundo. Annecy es una localidad situada al este de Francia, en una zona pre-alpina, ella estaba allí trabajando en un hotel durante el Verano,algo temporal, yo estaba de vacaciones en ese hotel, intentando encontrar la inspiración para continuar escribiendo mi primera película. Fue una sorpresa vernos allí después de 2 años de no saber prácticamente nada el uno del otro., y es que aunque la relación había acabado hacia unos 5 años, la seguí viendo en la universidad, incluso me acosté con ella un par de veces más, hasta que acabamos la carrera. Creo que ya es suficiente información, volvamos a la conversación.

“¿Y que tal todo por aquí? ¿Hasta cuándo te quedas?” Pregunté, interesándome un rato por el presente. “En septiembre me vuelvo a París con Jean -Pierre” me contestó. Jódete, Jean-Pierre, ¿qué probabilidades hay de que tu ex, una mallorquina de padres italianos acabe con un francés llamado Jean-Pierre? aún alucino, Jean-Pierre, qué tópico. “¿Qué dices, Jean-Pierre? Cuéntame sobre él” y me contó sobre él. Seguramente era la primera vez que estaba dispuesto a que Julia me hablase de alguien que no fuese ni ella ni yo. “Es creyente, y músico, bueno, toca en un local allí en Paris, no tiene discos ni nada...” le contesté sorprendido “La cínica de Julia está con un creyente...imposible” me lo explicó “Sí, yo soy cínica, pero sabes que muy respetuosa con lo que piensen o crean los demás, dice que cree que soy su destino, que todos tenemos un plan, una misión, o un destino marcados, y que yo soy el suyo” Personalmente sólo de pensar que alguien tiene un plan para mí, que mi vida tiene un fin ideado por otro, me coge entre un cabreo, una decepción y un miedo acojonantes, es decir, ¿no puedo decidir yo? ¿Cuando creo que decido en realidad ya está todo marcado? Y en ese caso ¿y si no cumplo mi tarea en este mundo? ¿O haga lo que haga está todo predestinado y saldrá como tenga que salir? No me jodas, siempre me he alegrado de no creer en esas cosas. Pero ella ya sabía que yo pensaba todo eso, así que sólo dije “qué romántico” en tono burlón. “Calla, me escribe canciones” dijo sonriendo. “Yo he escrito miles de guiones y he grabado cosas para ti, pero supongo que un músico tiene más encanto” dije, no sé hasta que punto, en broma. “ Sí, lo tiene” dijo riendo.

Era curioso que hubiese hablado del pasado tan melancolicamente, estando tan feliz ahora, pero supongo que es normal, que son dos felicidades distintas y por mucho que seas feliz con algo nuevo puedes recordar el pasado con algo de añoranza. “¿Y tú?, ¿no tienes ninguna Amelie por allí?” Joder, ya era hora hacía como 5 segundos que me había dejado claro que ser músico era mejor que ser escritor/cineasta, y esperaba que me preguntara para dejarle claro que las morenas eran mejores que las rubias, sólo por igualar las cosas. “Tengo unas cuantas por allí” dije, just kidding. “No, enserio” replicó. Sonreí falsamente y le dije que algo había, que estaba empezando y me tomaba las cosas con calma. “¿Y cómo es? Cuéntame” me dijo. Y se lo conté “Morena” hice una pausa para enfatizarlo y proseguí “Muy dulce, pero cínica como nosotros, nada de dioses ni de destinos, y toca la guitarra, como el gabacho” Ya había sacado al graciosito patético que tengo dentro. La verdad es que Ariadna es dulce, y cínica, y le gusta el Rock, y mis guiones y películas, lo que me llena de satisfacción (y orgullo, como al rey). “Me alegro” me dijo sinceramente “Y yo por ti” y sé que supo que yo también era sincero. “Somos felices” dije, refiriéndome a ella y a mí, “Sí, tú y yo siempre lo somos, de alguna manera”.

Así transcurrió el día, primero hablamos del pasado y luego del presente, hablamos de nosotros y de la vida, era lo que más nos gustaba. Cuando acabó el día me acompañó hasta el Hotel, le hice unas cuantas bromas sexuales, bromas inofensivas, y me despedí indefinidamente. No podía quedarme allí, ese día había ido bien, pero no quería encontrar la inspiración en algo que había pasado ya más de 5 años atrás.

No la he vuelto a ver nunca más, aunque sé que le va bien gracias a terceras personas. Siempre recuerdo lo último que nos dijimos, y, curiosamente, no fue sobre ella y yo. Tras despedirme hasta dios sabe cuando (como diría Jean-Pierre) me giré para entrar en el Hotel y ella me dijo:

-“¡Espera! La morena...¿La quieres?”

-“Siempre lo hago”. Sonrisa y guiño de ojo, fin.

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